... Para comprender algo, él echaba mano de la reflexión; ella, de los
sentimientos. Él estaba fascinado por conectar los puntos; ella, por los
puntos en sí. A él le daba energía la soledad, le agotaba el compromiso
social; y a ella le ocurría lo contrario. Para él, observar solo era
una herramienta que permitía obtener un juicio más claro; para ella,
juzgar era solo una herramienta para lograr una observación más precisa.
Desde el punto de vista de los test psicológicos tradicionales, ambos
tenían muy poco en común. Sin embargo, compartían algo, algo en su forma
de ver a la gente o lo que pasaba, una sensación de ironía compartida,
una idea común de lo que era emotivo, de lo que era divertido, de lo que
era bello, de lo que era honesto y de lo que era deshonesto. Una
sensación de que el otro era único y más importante que ninguna otra
persona. Una chispa que Gurney, en sus momentos más afectuosos y
confusos, creía que era la esencia del amor.
Así que allí estaba: la contradicción que describía su relación. Eran
grave, conflictiva y, en ocasiones, miserablemente diferentes, pero, sin
embargo, estaban unidos por ciertos momentos de intuición y afecto
compartidos.
El problema era que..., desde su traslado a Walnut Crossing, aquellos
momentos habían sido escasos y muy espaciados en el tiempo.
Hacía mucho que no se daban un abrazo de verdad, de los que parecía que
cada uno de ellos sostuviera el objeto más precioso del universo...
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